miércoles, 25 de octubre de 2017

66. Humana artificialidad

"Está por demás claro que este blog es un escopetazo a la luna".

Hace ya un tiempo que vengo masticando la idea de la artificialidad de la humanidad, o lo artificial que resulta nuestra relación con el espacio donde vivimos.

Debe ser que una vez leí un libro de "Ezio Manzini" llamado "Artefactos" y después de 20 años de ese hecho desafortunado lo voy entendiendo. Aunque quien haya pasado por lo mismo no puede negarme que es una obra que, para su lectura, se requiere estar en un trance alucinógeno.

Slavoj Zizek dijo que todo sería diferente si pensáramos que el planeta es una gran nave espacial donde todos estamos viajando. No caben dudas que nuestra existencia cambia según nuestra percepción del mundo. Después de internalizar esa nueva visión tengo que admitir que me dió un poco de "chucho".

Es muy interesante pensar que si nuestro mundo fuera de acero, plástico y madera nos sentiríamos más cómodos o arraigados. Porque no es lo mismo hacer un picnic sobre el pasto de la pradera, que hacerlo sobre el pasto de la pradera cubierto por una gran lona con dibujos cuadriculados (rojo, azul y blanco).

Por algún motivo nuestra presencia requiere que el entorno natural se vuelva artificial para sentirnos parte. Entre algunos ejemplos podemos nombrar la gente que compra un terreno y lo primero que hace es "limpiarlo", saca todo lo que le molesta, árboles, arbustos, (gente también, pero será para otro post), pasto, nivela la tierra y vuelve a plantar otros árboles que, aunque no sean autóctonos y requieran riego constante y protección contra las heladas, le gustan más.  Y volvemos con el césped, no hay nada más trascendental en nuestra casa que un patio que simule un campo de golf. (Nunca una paja brava que sirva de cobijo a alimañas extrañas que puedan poner en riesgo nuestra felicidad, llámese: caracoles, bichos bolitas, cascarudos, culebras, ranas o sapos).

¡Un sapo! tírale sal en el lomo a ese bicho de mierda. 
- Pero el sapo se come los bichos! 
- No importa, después fumigo y listo.

Estas situaciones me hacen dudar que seamos una mutación natural de la zarigüella del triásico.
O será que la cultura es lo antinatural de nuestra humana existencia.
Será que la historia cultural nos ha ido alejando de lo natural.
Será que los adornos de plumas de nuestros antepasados se han convertido en imponentes rascacielos de 500 metros de alto con ventanas de oro y plata.

Recubiertos de plástico, bebemos jugos de colores estrambólicos con sabores a fábrica, caminamos sobre bolsas de silicona llenas de aire, comemos ultra-procesados enriquecidos con betacarotenos, nos vestimos con petróleo fibrado, tumbamos montañas para hacernos anillos de compromiso y desforestamos selvas para sembrar alimentos que generan biodiesel.

Bajo esa realidad, es muy evidente que nuestros dioses nunca pisaron la tierra, si nos hicieron a su imagen y semejanza.




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